2015 / 19 diciembre

COP21: café para todos en París

Conferencia sobre el cambio climático COP21 París 2015

El resultado de la Cumbre del Clima de París está generando ríos de tinta o, mejor dicho, de bytes, con un seguimiento desigual en los medios de comunicación españoles, centrados en una campaña electoral que poco o nada se ha ocupado sobre los problemas climáticos o el medioambiente en general.

El sábado 12 de diciembre, poco después de que Laurent Fabius, presidente de la cumbre, diera por finalizada ésta, se desató en las redes sociales un verdadero torrente de felicitaciones donde los emoticonos se mezclaban con la alegría y una suerte de renovada confianza en el género humano. De acuerdo histórico tildaban los más optimistas el compromiso adoptado por casi 200 países, pero ¿hay motivos para caer en la euforia?

Personalmente, considero que no hay razones fundadas. Hace unos días, Bill McKibben en The Guardian, realizaba una acertada comparativa entre la preparación de un maratón con los esfuerzos y sacrificios que habrá para luchar contra el cambio climático. El título del artículo era sumamente elocuente: “Climate deal: the pistol has fired, so why aren’t we running?”, que podría traducirse más o menos como “Acuerdo del clima: la pistola se ha disparado, así que ¿por qué no estamos corriendo?”

Porque justamente, eso tenemos que hacer, correr, y sinceramente, el acuerdo de París no urge a salir espoleado de los tacos de partida. Es cierto que se ha hecho un gran hincapié en el objetivo acordado de mantener el aumento de temperatura del planeta «muy por debajo de 2 ºC con respecto a los niveles preindustriales, y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5 ºC con respecto a los niveles preindustriales» (países como China e India han establecido como referencia para la reducción de emisiones el año 2005, fecha que de preindustrial tiene muy poco) y en lo concerniente a las revisiones de los compromisos que se van a llevar a cabo cada 5 años. Incluso podemos congratularnos porque se le ha conferido un carácter vinculante, pero hasta ahí. Ni los objetivos nacionales (los denominados INDC) o, lo que es lo mismo, «las metas de reducción de gases de efecto invernadero aplicables a cada país o los compromisos de financiación» son de obligado cumplimiento ni se han previsto instrumentos de sanción contra los países cuyos compromisos sean insuficientes, no los cumplan o no los revisen al alza en caso de necesidad (John Kerry aseguró en Fox News que esta decisión fue motivada para evitar el voto en contra del Congreso de EE.UU., de mayoría republicana). Lo cierto es que casi se ha prestado más atención al lenguaje con el que se ha redactado el acuerdo que con la adopción de medidas eficientes. No deja de resultar curioso que palabras tales como “carbón”, “combustibles fósiles”, o “petróleo” no aparezcan en el texto (como bien afirmaba un usuario de Twitter en el enlace anterior, “difícil hablar sobre la cura de la enfermedad cuando se evita mencionar sus causas”).

Asimismo, y aunque el propio tratado aboga por «elevar las corrientes financieras a un nivel compatible con una trayectoria que conduzca a un desarrollo resiliente al clima y con bajas emisiones de gases de efecto invernadero», aspecto que algunas personas han traducido como un apoyo implícito al desarrollo de las energías limpias, solo hace falta echar un vistazo a cuáles son los verdaderos intereses de los distintos gobiernos en el mundo. Así, por ejemplo, países como India ya han afirmado que el tratado de París no va a afectar a su intención de doblar la producción de carbón, ya que consideran que este combustible se mantendrá durante décadas como la fuente energética más eficiente. El gobierno chino, a pesar de las inversiones que está realizando en energías renovables, sigue apostando de forma clara por la explotación de carbón y Reino Unido presiona para que haya flexibilidad en los límites de contaminación atmosférica, de forma que se evite cualquier perjuicio a la industria del automóvil. Pero no hace falta irse muy lejos: en la campaña electoral española de 2015, tanto PP como PSOE siguen apoyando el carbón nacional, y hace unos días la inauguración de las nuevas instalaciones para productos petrolíferos de CLH en el puerto de Bilbao fue motivo de orgullo para la clase política vasca. Entiendo que la transición energética va a ser muy larga, pero de ahí a que los gobiernos del G20 destinaran entre 2007 y 2014 más de 9000 millones de €/año de fondos públicos a financiar proyectos relacionados con el carbón hay un notable margen de maniobra.

Alguno dirá que sólo me centro en el lado oscuro de la fuerza, en lo negativo. Vale, admito que hay iniciativas positivas, como el proyecto “4 por mil” al que se ha adherido España y que tiene como objetivo “mejorar la productividad de los cultivos, minimizando las emisiones de gases de efecto invernadero”. También hay investigaciones orientadas a aumentar el rendimiento de las energías renovables o buscar nuevas fuentes de generación energética. Pero seamos sinceros: ¿qué incidencia real tienen sobre el global? Por poner un ejemplo gráfico, es como intentar taponar una hemorragia con una tirita, lo cual tampoco significa que este tipo de ideas deban ser abandonadas a su suerte.

Otras personas argumentarán que quedamos nosotros, la sociedad de a pie, los que en cierta forma podemos tener el poder de presionar y hacer que los gobiernos recapaciten, invocando a esa manida afirmación de que la sociedad va muy por delante de sus gobernantes. ¿Has visto la consideración que el medioambiente tiene en los barómetros sociológicos que en España hace el CIS, por ejemplo? En el último estudio de estas características realizado en octubre de 2015, solo el 0,2% de los encuestados mostraban preocupación por los problemas ambientales. Parece que va implícito en nuestra naturaleza acordamos de Santa Bárbara solo cuando truena. Así que actuamos movidos por un doble rasero por el cual nos quejamos cuando el aire de la ciudad se vuelve irrespirable pero somos incapaces de calibrar las acciones que nuestro día a día tienen sobre esa situación. Por tanto, mientras no aumente la conciencia a través de una formación e información veraz y transparente (aquí tendrían mucho que decir las administraciones públicas), no se sumen nuevos efectivos a la gente ya comprometida y los problemas ambientales o el cambio climático no estén en la calle como un tema más de debate, tengo la impresión de que esta batalla también va a costar ganarla.

Así que sí, igual se puede seguir diciendo que París ha sido un éxito porque un montón de peces gordos se han sentado a una mesa, han aprobado un papel (esperemos que en los procesos de ratificación nacional no salte ninguna sorpresa) y se han ido de tragos para celebrarlo, pero observando en perspectiva, da la impresión de que lo firmado con la mano derecha es desbaratado por la izquierda. A partir de ahora se verá si lo consensuado tiene visos de implementarse. Te aseguro que si para el año 2030 o por ahí hay motivos para confiar en que, efectivamente, siempre nos quedó París, seré una de las primeras personas en brindar por ello.

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